Capítulo uno: La princesa de las angustias y la canción del trovador —por Escanor

La brillante luna llena se reflejaba tranquilamente en la superficie del lago.

Una pequeña isla flotaba en el medio y, en ella, un viejo castillo se erguía inclinado en la orilla de una alta colina.

El castillo estaba compuesto por un torreón cálido y cómodo con habitaciones y dos torres. Luces alumbran desde varias ventanas.

Una débil risa podía ser oída, y parecía que, incluso pasada la media noche, los residentes del castillo todavía no estaban dormidos.

La sombra de un hombre merodeaba sobre la muralla que conectaba las estancias con la torre principal.

El hombre tenía complexión alta y delgada, y estaba vistiendo ropas muy holgadas para su cuerpo. Los rasgos de su cara ligeramente ovalada lucían bien puestos juntos, a su propia manera, pero su postura encorvada y expresión de desconfianza lo traicionaban.

—Aah —suspiró, apoyándose en el cercado de lo alto de la muralla.

Su mirada había estado fija en la torre a su derecha por algún tiempo.

Una luz parpadeaba en la ventana del último piso de la torre. El hombre había estado observando esa luz, pero después de un rato desvió su mirada y suspiró de nuevo.

Mirando abajo desde la muralla, podía ver la playa arenosa que se extendía al otro lado del lago. Resaltaba pálidamente a la luz de la luna. —«La playa bajo la luna es como tus brazos blancos. Se esconden y asoman en las negras olas, trayendo verdad»… —murmuró estas palabras misteriosas, y luego soltó una risa de autodesprecio—. Busqué como pude, supongo que alguien como yo nunca podría encontrar las palabras para expresar su belleza, amabilidad e inteligencia. —Volteó de nuevo hacia lo torre principal—. Oh, pero cómo quisiera poder…, Merlín.

1

El Reino de Liones era exaltado como el país más fuerte en Britannia.

Guardado por una ciudad muralla para protegerse contra ataques, la capital real brillaba en la deslumbrante luz de la mañana.

Era junio; las noches eran cortas y el alba rompía temprano cada mañana. La mayoría de la gente estaba dormida todavía.

En el Castillo de Liones, el cual daba a la capital, las habitaciones de la familia real también estaban tranquilas e inmóviles.

La hija mayor del rey, la Princesa Margaret, de unos quince años, yacía en cama vestida en capas de seda y encaje.

Sin embargo, su bello rostro se veía afectado con angustia.

Sus blancas manos sostenían las sábanas de su cama, y sus labios temblaban. Su boca se abría como si fuese a gritar, pero no producía sonido alguno, y se cerraba de nuevo.

Era como si estuviera conteniéndose, incluso mientras dormía.

Margaret estaba soñando.

Era un sueño sobre un pasado de hace dos años. Un sueño de aquella terrible mañana.

Ella estaba en una sala del viejo castillo a las afueras de la capital real. En el cuarto estaba el cadáver de un hombre, empapado de sangre.

El cuerpo había sido perforado por innumerables lanzas y espadas, y ahora colgaba en el aire.

Su hermoso cabello plateado y armadura dorada estaban manchados de un rojo profundo.

Sus pies sangrientos flotaban sobre el piso. Plic. Plic. La sangre goteaba de ellos y se extendía por el suelo de piedra.

Margaret mantenía las manos sobre su boca y ahogaba un grito.

Tenía que mantenerse oculta. Si fuese descubierta, sería su fin.

Dos figuras se erguían frente al cadáver mutilado del Capitán de los Caballeros Sagrados.

Dos hombres que no deberían haber estado ahí, que no podrían haber estado ahí.

Estaban reunidos muy cercanamente, discutiendo algo.

Con las mejillas pálidas. Margaret apenas podía escuchar sus palabras.

—Sí…, con eso debería bastar.

Todo lo que podía hacer era esperar a los Siete Pecados Capitales… —… ¡! —Margaret despertó sobresaltada.

Estaba cubierta de sudor.

Se sentó lentamente en la cama y estabilizó su respiración. Por la luz filtrándose entre las cortinas, se percató de que ya había amanecido.

Debería levantarme, pensó ella. Al mismo tiempo, un fuerte toque sonó contra la puerta del vestidor adjunto a su habitación.

—Princesa Margaret. Buenos días. Soy yo, Grace. —La voz sonaba preocupada.

Grace era una de sus doncellas. Probablemente estaba preocupada porque Margaret no se había levantado todavía, a pesar de que ya era hora.

—¿Su Alteza?

Con un clic, la puerta se abrió un poco. Margaret alcanzó a ver un poco del cabello rojo de Grace.

—¡No entres! —gritó Margaret por reflejo.

—¡Ah…! ¡Mil disculpas! —La puerta se cerró al instante.

Grace era una nueva doncella que había llegado al castillo apenas esa primavera. Solo tenía quince años, la misma edad que Margaret. Hoy era su primer día ayudando con la rutina matutina de Margaret, y quizá el regaño repentino de su señora le había dado una sorpresa.

Incluso así, Margaret tenía una razón para no querer a Grace en su habitación.

Sí… y no sólo era Grace. Margaret no quería que sus otras doncellas, sus hermanas Verónica y Elizabeth, o incluso su padre, el Rey, entraran en su habitación.

No quería que nadie entrara jamás.

En ese momento, el dosel de encaje de su cama se balanceó, aunque no había viento.

Margaret se estremeció por la sorpresa.

—Fuera —susurró sin rodeos. El dosel se meció de nuevo.

Una presencia invisible…, algo horrorosamente grande estaba viendo hacia la cama.

—¡No te acerques!

Se escuchaba el sonido de algo arrastrándose. Esa cosa debe haberse estado alejando de la cama.

Lentamente, con pereza, haciendo ese vago sonido de arrastre, la cosa se movió hacia la orilla de la habitación. Cuando alcanzó la pared, su presencia desapareció.

Margaret se estremeció.

No había visto su forma física desde aquel día dos años atrás. Pero siempre había sabido que la horrenda y espeluznante cosa acechaba cerca.

No era una creatura de este mundo. Era un monstruo grotesco nacido de magia siniestra.Era un guardia temible que había vigilado a Margaret desde que dio testimonio a ese secreto hace dos años.

Esforzándose para no ver hacia aquel rincón de su habitación, Margaret salió de la cama. Aunque no podía verlo, el solo saber que estaba ahí la hacía sentir enferma.

El monstruo había mostrado su horrible forma verdadera una vez, y la visión seguía grabada en sus párpados incluso ahora.

Tenía ojos saltones a la izquierda y a la derecha; un cuerpo con forma de babosa gigante; las alas de un murciélago…

Margaret se estremeció de nuevo, así alejó el recuerdo de su mente.

Se puso el chal de encaje que estaba colgado en una silla cercana y abrió la puerta con gentileza.

Grace estaba sentada en el sofá de la esquina del vestidor. Levantó la mirada cuando se dio cuenta de que Margaret entró, pero estaba retorciendo fuertemente un pañuelo en sus manos y sus ojos estaban rojos.

—Oh, Dios mío, Grace, ¿estás bien? ¿Fui demasiado dura al hablar? —Margaret corrió hacía su doncella.

—No, no, no es su culpa, Su Alteza. Solo es que me ha entrado algo en el ojo… —Grace trataba de explicarse nerviosamente, tallándose los ojos con el pañuelo.

Margaret se arrodilló frente a Grace y tomó sus manos para detenerla. —No frotes tan fuerte. Lastimarás tus ojos.

—¡No…! Su Alteza, por favor no se arrodille. —Luciendo impresionada, Grace tomó a Margaret por el brazo y trato de ponerla de pie.

Pero Margaret negó con la cabeza. —Estoy realmente arrepentida por gritarte. Tuve un sueño espantoso antes de despertar, y estaba muy exaltada por ello.

—Dios, ¿realmente fue un sueño tan espantoso? Ahora que lo menciona, Su Alteza está cubierta de sudor…

—Oh, ¿eso es tan malo? Pero estoy bien; fue solo un sueño. —Margaret le acerco la mano a su frente y se obligó a sonreír.

—Pero, su alteza, dicen que las pesadillas previenen la enfermedad. Y he oído que también pueden ser una señal de la maldición de un mago malvado.

Margaret contuvo el aliento ante la palabra «mago».

Pero rápidamente sonrió de nuevo.

—Oh, estoy segura de que no es nada de eso. Lamento preocuparte. De cualquier manera, ayúdame a vestirme, o llegaré tarde al desayuno. —Margaret tomó a Grace de la mano y la haló del sofá.—S-Sí. —Finalmente, Grace sonrió también, y se levantó con un silbido de su pequeña trenza.

2

—… Y eso es lo que pasó, Erica.

Esa tarde, Grace caminaba junto a Erica por un corredor en el castillo, ella era otra de las sirvientas de Margaret. Ya que Grace había tenido el turno de la mañana, ahora estaba usando ropa común, pero Erica llevaba su uniforme de sirvienta con delantal.

—Mmm… también me ha pasado a mí. —Erica era tan solo dos años mayor que Grace, pero había estado al servicio de la Princesa por más de cinco años—. O quizá debería decir: en los últimos dos años, ha pasado varias veces… La Princesa Margaret ha cambiado un poco.

—¿Ha cambiado?

—Sí. Ella solía ser más alegre. Por otro lado, han sucedido muchas cosas desde entonces.

—¿Qué quieres decir?

—Bueno, esta lo que le pasó a lord Zaratras, por ejemplo.

En el momento en el que ese nombre dejó los labios de Erica, un soldado que caminaba por el corredor un poco por delante de ellas echó un vistazo hacia atrás con sobresalto. Erica rápidamente fingió una sonrisa, luego bajó la voz. —Tú también sabes de ello, ¿verdad? Cómo fue asesinado lord Zaratras, el anterior Capitán de los Caballeros Sagrados.

—P-Por supuesto.

No había una sola persona viviendo en la capital del Reino de Liones que no lo supiera.

Había sido una tragedia dos años atrás, en la mañana del festival de aniversario del reino. Zaratras, siendo en ese momento el Capitán de los Caballeros Sagrados, había sido brutalmente asesinado en el antiguo castillo a las afueras de la capital.

Se dice que un solo Caballero Sagrado posee el poder mágico y marcial de un centenar de caballeros ordinarios. El capitán que gobernó sobre todos esos caballeros debe haber sido inimaginablemente fuerte.

Que tal personaje hubiera sido asesinado de forma tan atroz habría sido en sí un incidente mayor, pero, además, los delincuentes fueron los miembros de los Siete Pecados Capitales; una orden de caballeros en quienes se confiaba ampliamente y servían directamente bajo el Rey.

Pero los Siete Pecados Capitales, solo siete personas rodeadas por todos los Caballeros Sagrados del reino, habían aguantado la batalla, seguido a una persecución y escapado. Sus paraderos aún eran desconocidos.

—El Capitán Zaratras era un viejo amigo y confidente de Su Majestad el Rey, así que para Margaret era algo así como su tío favorito. Ella y el joven maestro Gil, hijo del Capitán Zaratras, eran prácticamente como hermanos —dijo Erica, aprovechando la oportunidad para presumir su antigüedad.

Grace inclinó su cabeza. —Cuando dices Gil, te refieres a lord Gilthunder, el aprendiz de Caballero Sagrado, ¿verdad?

—Sí.

Incluso Grace conocía a Gilthunder, hijo de Zaratras. Un chico con cabello castaño rojizo y buenas facciones se destacaba entre los aprendices que entrenaban para convertirse en Caballeros Sagrados. —¿Era cercano a la Princesa Margaret?

—Sí, lo era. Ellos crecieron juntos. Él era como su guardaespaldas personal, ¿sabes? A pesar de que el joven maestro es un año menor. —Erica continuó con una sonrisa atrevida—. Esto es solo una corazonada, ¡pero estoy segura de que el Capitán Zaratras y Su Majestad el Rey debieron haber considerado la posibilidad de desposar a esos dos! El joven Gil sucedería a su padre y se volvería el Capitán de los Caballeros Sagrados, y la Princesa Margaret sucedería a su padre y se convertiría en la Reina de Liones… ¡Qué romántico, ¿no crees?! ¡¿No es como si estuviera predestinado?! —Se emocionó mientras hablaba, y su voz se elevó otra vez.

Cuando Grace la miró con el ceño fruncido, Erica solo se rio, Jiji, pretendiendo no darse cuenta.

—Aunque esos dos no parecen muy cercanos ahora —remarcó Grace, ante lo que Erica suspiró.

—Es cierto. Podrías decir que el joven Gil cambió completamente después de que su padre fue asesinado. Solía ser un niño lindo, abierto, alegre y un poco llorón.

—Guau…

—Pero no solo son esos dos, sin embargo. Desde entonces, Su Majestad el Rey a menudo está melancólico, y el castillo entero se ha vuelto más sombrío. No dejamos de recibir sino a los soldados más rústicos y groseros. Lord Dreyfus y su gente también se ven tensos, de alguna manera.

Dreyfus era el hermano menor del fallecido Zaratras. Después del incidente, asumió el rol de su hermano mayor como el Capitán de los Caballeros Sagrados. Él era un hombre serio y, no creyendo estar completamente listo para actuar como capitán, recibió un permiso especial del Rey para compartir el puesto con su buen amigo Hendrickson.

—Lo que probablemente se deba a que saben que aquellos traicioneros Siete Pecados Capitales siempre podrían regresar; no pueden bajar la guardia contra un grupo de villanos tan atroces que pudieron librarse de todos los Caballeros Sagrados con solo siete personas. Al final, solo se demostró que no importa cuán fuertes fueran, juntar criminales para formar una orden de caballeros no fue una buena idea.

Llegaron a la entrada trasera del castillo.

—Tu casa está… en la calle Birch, ¿cierto? —preguntó Erica.

—Sí.

—También voy en esa dirección, vayamos juntas. Tengo que recoger algunas cosas en la tienda de misceláneos de la calle Birch.

Abrieron una pequeña puerta de madera y salieron al jardín Oeste, donde una refrescante brisa soplaba a través del verdor. Los veranos eran hermosos en Britannia.

—… Ah, hablando del rey de Roma…, ahí está el joven maestro Gil. —Erica señaló discretamente. Grace miró también.

Hacia la orilla del jardín, varios jóvenes soldados y caballeros parecían estar involucrados en algún tipo de entrenamiento. Algunos estaban entrenando con espadas, otros apuntaban a la muralla alrededor del jardín y discutían. El chico rostro apuesto que destacaba entre los demás era Gilthunder, hijo del difunto Capitán Zaratras y amigo de la infancia de la Princesa Margaret. Un año más joven que ella, cumpliría catorce este año, pero parecía más adulto para su edad.

Uno de los jóvenes soldados notó que Erica y Grace caminaban por el jardín y les silbó, provocándolas. Erica, al parecer una conocida, a cambio le sacó la lengua burlonamente. Esto despertó risas en el grupo.

Pero Gilthunder, solo, con cara seria, volteó su mirada a otra parte.

Cuando Grace distraídamente siguió su línea de visión, fue sorprendida por lo que se encontró.

Gilthunder estaba mirando la torre construida en el ala oeste del castillo, cruzando todo el jardín.

Grace pudo ver una figura en la pequeña ventana de la torre. La Princesa Margaret…

Su largo cabello rubio platino era inconfundible incluso desde muy lejos. Llevaba el vestido azul oscuro con el que Grace le había ayudado esa mañana.

La princesa estaba mirando directamente a Gilthunder. Su expresión era ilegible desde el jardín, pero no había dudas de que ella estaba mirando hacia acá.

Un cuervo en la pared del castillo graznó roncamente. Como si el llamado lo hubiese reprochado, Gilthunder apartó su mirada de Margaret.

Grace también apartó los ojos apresuradamente.

—¿Mmm? ¿Algún problema?

—No, no es nada.

Cuando Erica ladeó la cabeza, Grace solo sonrió para tranquilizarla. Sintió que no debería compartir lo que acababa de ver.

El par continuó por la puerta oeste del castillo y hacia la ciudad circundante.

—¿Qué harás para el Festival del Solsticio de Verano? ¿Vas a trabajar? —preguntó Erica mientras caminaban por el camino de ladrillos.

El solsticio de verano era la próxima semana, el 22º del mes. Varias festividades se llevaban a cabo en la ciudad del castillo para disfrutar el día más largo del año, comenzando el 21º y durante tres días.

—No —contestó Grace—, me liberaron del deber desde la tarde del solsticio. Mi hermana mayor, quien se mudó a Vaizel cuando se casó, vendrá a casa de visita y traerá a sus hijos, así que me gustaría ir a ver una obra de teatro con ella.

—Guau, suena muy bien. ¡También tomé el día libre! Oh, mira, ya han montado algunos de los puestos.

Justo como Erica dijo, la decoración y preparativos para el festival ya habían comenzado. Estandartes del Reino de Liones colgaban de los aleros de las tiendas a lo largo del camino principal. Algunos tenderos habían instalado mesas en frente de sus tiendas, donde vendían dulces especiales, ropa y cosas que la gente necesitaría mientras se preparaba para el festival.

—Dice: «En celebración del cumpleaños de la Princesa Elizabeth».

Frente a la tienda de golosinas, un puesto adornado con el retrato de la Princesa Elizabeth estaba vendiendo bolsas de caramelos. El 12º de ese mes había sido el cumpleaños de la Tercera Princesa. Representando su edad, este año las bolsitas contenían nueve piezas cada una.

Aparece Gilthunder observando a Margaret desde la distancia; el chico entrena y ella está en el balcón.

—Solía pasar que, iniciando con el cumpleaños de la Princesa Elizabeth, hasta el solsticio, e incluso hasta el cumpleaños de la Princesa Margaret el mes siguiente, un flujo de visitantes venían al castillo; era muy animado. Pero se detuvo hace dos años como todo lo demás. —Erica dejó salir un largo, suspiro de decepción—. En estos días las charlas en el castillo son miserables y nada brillantes. Apariciones de fantasmas y cosas así.

—¡¿Qué?! —gritó Grace inadvertidamente. Erica la calló.

—¿No lo has escuchado?, se dice que la Princesa Margaret está siendo acechada por un tipo de fantasma.

—¿Qué…? ¿Por qué…?

—Bueno, en el pasado, la doncella a cargo por la mañana abriría la puerta del dormitorio de la Princesa Margaret y la despertaría. Quiero decir, yo tenía una de las posiciones más bajas, así que nunca fui asignada, pero…

—¿Nunca?

—Ajá. En aquel entonces, alguien de tu posición ni siquiera habría sido permitida en su vestíbulo. Pero ese ya no es el caso, ya que no hay tantas doncellas ahora.

—…

­—De cualquier manera, hace dos años, la Princesa Margaret repentinamente comenzó a disgustarse cuando los sirvientes entraban a su habitación…, incluso si era para limpiar. Ahora, Agatha, la ama de llaves, es la única que hace la limpieza, y solo en los días que la princesa especifica.

Ahora que Grace pensaba en ello, era cierto. Un trabajo como ese, especialmente, debería haberle correspondido a una sirvienta de bajo rango como ella, pero nunca lo hizo.

—La gente dice que han escuchado a la princesa sollozando en su habitación en medio de la noche, o que han percibido la presencia de algún tipo de creatura grande. Algunos de los sirvientes más cobardes renunciaron a causa de ello. Si la princesa fuera la de antes, seguramente habría evitado que se fueran. Pero incluso cuando Clara, quien había estado a su servicio durante tanto tiempo, dijo que renunciaba, la princesa solo dijo: «Ya veo», y la dejó ir.

—Pero… ¿Qué cosa querría acechar a la Princesa Margaret?

—Eso, no lo sé. Es solo un rumor, después de todo. Nunca he visto a la cosa. —Erica se rio. Ella misma no parecía creerlo. Grace se sorprendió un poco.

—Le gustan ese tipo de historias, ¿verdad, señorita Erica?

A Erica no pareció importarle el comentario en absoluto, incluso viniendo de su júnior. —¡Las amo! ¡Quiero decir, cosas como estas son las que hacen tan divertido el trabajo del castillo!

Algo a la distancia captó su atención y apuntó. —¡Oh, mira! ¡El trovador está aquí! Es algo guapo, ¿verdad?

Un grupo de alrededor de una docena de personas se había reunido en la pequeña plaza de adelante. En su centro había un joven sentado en un bordillo, tocando un laúd.

—Ah, parece que han venido más muchachas. En ese caso, creo que es hora de una canción de amor.

El trovador de inmediato notó a Grace y Erica cuando se unieron a la pequeña multitud y les dirigió un guiño juguetón. Erica chilló y saludó.

—Eres muy amable, señorita. Entonces ahora… vamos a ver… —dijo mientras afinaba hábilmente las cuerdas de su laúd—. Encontré este poema manuscrito en un libro que compré aquí en la capital de Liones, cuando pasaba por aquí para el Festival del Solsticio de Verano el año pasado. No sé quién lo escribió o de dónde es, pero, por alguna razón, tocó mi corazón, y decidí darle una melodía. Si por casualidad alguno de ustedes, buenos ciudadanos, sabe quién lo escribió, estaría muy agradecido si pudieran decirme. Entonces, ahora…

Y con eso, comenzó a cantar.

Un tenor claro y resonante fluyó de sus labios perfectos: —«La playa bajo la luna es como tus brazos blancos. Se asoman y esconden en las negras olas, trayendo verdad»…

La playa bajo la luna es como tus brazos blancos

Se asoman y esconden en las negras olas, trayendo verdad

La faz de la sierra en el lago imita tus nobles rasgos

Flaquea en luz y viento; me tiendo, pero no me logro acercar

La soledad de este viejo palacio es mi calabozo

Mi cuerpo está maldito y se desgarra en día contra noche

Se queda como piedra, pero te anhela sin reproche

Oh, si tan solo se me dejara cantarte desde esta caja

Aunque a mis brazos nunca llegaras y mi voz jamás escucharas

Porque aguantar recordando y cantándote ovaciones

Es lo único me podría corresponder

—Qué romántico… —dijo Erica, hechizada. El resto de las mujeres en la multitud parecían encantadas también, todas escuchando con embelesada atención.

Grace, también, había cerrado los ojos y estaba perdida en su voz.

Pero por alguna razón, lo que apareció en su mente fue la escena que había atestiguado antes.

La princesa y su hermoso caballero, separados un centenar de pies, cruzando las miradas solo un instante.

Habían sido íntimos amigos en la infancia…, quizá incluso comprometidos para casarse. ¿Qué podría haberse interpuesto entre ellos?

Era difícil para Grace creer que ellos simplemente habían tenido un tropiezo.

Sin duda, hay una razón. Como doncella, por supuesto no podía entrometerse en los asuntos privados de su señora. Le había sido informado estrictamente cuando comenzó a servir en el castillo.

Pero debía haber algo… algo que ella pudiera hacer.

Escuchando al trovador cantar su canción de amor, Grace se hundió profundo en sus pensamientos.

3

Esa mañana, Margaret despertó con lágrimas en sus mejillas de nuevo.

Pero no había sido un mal sueño. Este había sido maravillosamente feliz.

Un sueño del pasado; ella no había sabido nada en ese entonces.

Por mi honor como un caballero, te protegeré mientras viva, su amable amigo de la infancia había jurado.

Un sueño de hace varios años, cuando infantilmente creía que sus días serían como entonces por la eternidad.

—Gilthunder… —No pudo resistir el susurrar su nombre.

Cuando lo hizo, sintió esa gran presencia junto a su cama detrás de la cabecera.

—¡Oh, calla! ¡Vete! ¡Lo sé! —¿Ni siquiera tenía permitido susurrar su nombre en privado? Margaret mordió su labio y se sentó.

Dudaba que el monstruo poseyera voluntad o inteligencia propia.

Solo reaccionaba a ciertas palabras y personas.

Margaret y Gilthunder. Los dos que conocían el secreto no podían buscar ayuda de nadie, ni consolarse el uno al otro, ni siquiera tomar sus propias vidas. Pero este monstruo no era quien lo había decidido así…, esa mujer lo había hecho.

El secreto:

Que los Siete Pecados Capitales no fueron quienes asesinaron a Zaratras.

Ellos solamente habían caído en una trampa y erróneamente fueron acusados.

Y los verdaderos asesinos no eran otros sino los dos que estaban compartiendo el rol de Capitán de los Caballeros Sagrados.

Pero incluso así, no había nada que Margaret pudiera hacer.

Respiró profundamente, vistió su chal, y, como de costumbre, abrió la puerta de su dormitorio por sí misma, actuando como si todo estuviera en orden.

—Buenos días.

—Buenos días, Princesa Margaret. —Fue Grace quien se levantó del sofá e inclinó la cabeza.

—¿Mmm? ¿No estaba Erica a cargo hoy?

—Sí, lo estaba, pero… le pedí que cambiáramos.

—¿Oh? ¿Por qué?

Grace sonrió vagamente y no respondió. Pero una vez Margaret se sentó frente al espejo, la doncella recordó vacilante: —Casi es hora del festival.

El Festival del Solsticio de Verano estaba a tres días.

—Ajá.

—Oí que la Princesa Verónica y los otros van con sus escoltas. ¿No asistirá también, Princesa Margaret?

—Mmm… No soy fanática de las multitudes, así que… —dijo Margaret con una carcajada.

La cara de Grace bajó, pero ella estaba determinada. —¿Quizá… iría si es con Lord Gilthunder?

Margaret se quedó sin aliento ante la repentina mención del nombre de Gilthunder. Se congeló, tratando de detectar esa presencia. —… ¿Por qué lo haría?

—Er, escuche de Erica que ustedes solían ser cercanos.

—Eso fue antes, cuando éramos niños. —Ella estaba tratando de evitar que su voz que su voz temblara tanto como podía. No sentía la presencia del monstruo. Probablemente no respondió a la voz de su doncella.

—Ni siquiera he hablado con él desde hace mucho tiempo —dijo Margaret, manteniendo su mirada baja.

Grace abrió su boca, pero la cerró después de un momento sin decir palabra alguna. En vez, sacó una pequeña pieza de papel doblado de su uniforme de sirvienta.

—Em, tome.

—… ¿Qué es?

Grace encerró gentilmente el papel entre las manos de Margaret. —Un trovador estaba en el pueblo para el festival del solsticio, y esta es una canción que cantó. Era tan hermosa que tuve que escribirla. Su alteza, si no le importa, pienso que debería leerlo también.

Margaret abrió la nota con sus dedos pálidos para revelar letras garabateadas apresuradamente.

Era un poema de amor que un hombre había dirigido a la mujer que robó su corazón.

—«La playa bajo la luna es como tus brazos blancos. Se asoman y esconden en las negras olas, trayendo verdad»…

Lágrimas brotaron de los ojos de Margaret mientras absorbía las palabras.

La soledad de este viejo palacio es mi calabozo…

Cuando leyó ese verso, un paisaje particular vino a su mente.

Montañas rocosas y sus picos envueltos en nieve perpetua. Un lago reflejándolas en su calmada superficie.

Un viejo castillo se yergue en una pequeña isla en el medio del lago, alrededor hay una playa blanca.

Nuestra villa real en el norte…

Años atrás, cuando la madre Margaret todavía vivía, habían ido ahí de vacaciones.

Su hermana menor, Verónica, habría tenido dos o tres años; su hermana más pequeña, Elizabeth, era una bebé.

Zaratras y su hermano Dreyfus habían ido con sus familias también.

Jugué con Gilthunder en el jardín de ese castillo y en la playa…

¿La imagen en este poema podría ser sobre el mismo castillo?

¿O solo fue otro lugar similar?

Margaret bajó la cabeza y presionó el trozo de papel contra su corazón. Gotas de lágrimas cayeron en sus rodillas.

Oh, si tan solo se me dejara cantarte desde esta caja

Aunque a mis brazos nunca llegaras y mi voz jamás escucharas

Porque aguantar recordando y cantándote ovaciones

Es lo único que me podría corresponder

Grace le acercó un pañuelo y abrió su boca, escogiendo cuidadosamente sus palabras. —Espero no estar siendo impertinente, pero solo quería decir que… hay maneras de hacerle saber cómo se siente, incluso sin verlo en persona. Aunque no debería entrometerme. —Inclinó la cabeza a manera de disculpa.

Margaret negó con su cabeza lentamente. —Para nada… Gracias. En serio.

Grace tiene razón, pensó Margaret.

Tenía la sensación de que ella y Gilthunder eran como pequeñas aves atrapadas por separado, en jaulas invisibles.

Se mirarían el uno al otro desde la distancia, cruzando miradas solo por cortos instantes.

Se mantendrían quietos y esperarían atentos a la voz del otro cuando sea y de donde sea que viniera, siempre asegurándose de mantenerse fuera de su vista.

Y es todo lo que podían esperar. Todo lo que tenían permitido esperar.

Seguramente, mientras mantuvieran ese actuar, esa mujer pensaría que se habían distanciado.

Margaret ya había comenzado a resignarse, poco a poco, a tal destino. Ella era consciente.

Pero…: Quizá haya una manera de mostrarle que mis sentimientos no han cambiado.

Seguramente la había. Y sin ser descubiertos por esa mujer… o los dos Capitanes de los Caballeros Sagrados.

—Muchas gracias, Grace —dijo Margaret, tomando la mano de su asistente y llevándola a su frente en señal de gratitud.—De nada, pero… ¡Suelte mi mano por favor! —repitió Grace varias veces, avergonzada, pero Margaret no la soltó.

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